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Política saltimbanqui de un régimen que no dice la verdad

Si al gobierno le hubiera importado los derechos de la gente habría escogido un camino claro, pero, sobre todo, hubiera dicho la verdad.

Pável H. Valer Bellota

Publicado: 2020-08-11


Al principio de la pandemia hubo dos grandes maneras de afrontarla. Unos países dispusieron fuertes medidas de aislamiento de la población en sus casas, mandaron que las personas se mantuvieran separadas para evitar que la enfermedad se propague rápidamente y provoque un colapso de los sistemas de salud. Completaron estas medidas con ayudas económicas a quienes se quedaron sin trabajo por el encierro.

Otros gobiernos, autoritarios, cucufatos del dios mercado, prefirieron ignorar la enfermedad, minimizaron sus efectos sobre la salud y mandaron a los trabajadores a seguir con las actividades cotidianas, sin mayores cambios frente a lo que consideraron una enfermedad no más que una gripe.

Ambos grupos actuaron por miedo. Los primeros por temor a que los derechos a la vida y a la salud de los ciudadanos sean lesionados y que los puntales de sus sociedades se derrumben dando lugar a crisis políticas generalizadas. Los segundos tuvieron pavor a que las ganancias de los empresarios se descalabren por el frenazo del aparato productivo que provoca encerrar a las personas en sus casas, lejos de las fábricas, las oficinas y los comercios. Unos temían al descalabro de los derechos, a la falta de salud y al quiebre de la vida. Otros a la falta de dinero. Así, las respuestas a la pandemia oscilaron desde el encierro y la cuarentena radical a la apertura despreocupada de las actividades económicas.

En Perú, en un primer tiempo (107 días) el gobierno acogió la primera opción: ordenó un Estado de emergencia, aislamiento y cuarentena mientras intentaba adecuar los servicios de salud abandonados a su suerte durante decenios de fiesta para la inversión en clínicas y servicios privados, en el “negocio” de la salud. Para parecerse a los mandatarios decentes ordenó entregar un bono que, debido a la impotencia del Estado mínimo, no llegó a todos los necesitados. La pandemia se contuvo.

Después, desde el 1 de julio, obedeciendo a las presiones de la oligarquía agrupada en la CONFIEP, el presidente del Perú dio un salto al otro lado: mandó abandonar la cuarentena y abrir las compuertas de la economía. Inventó que los contagiados y los muertos no eran tantos y que inevitablemente todos nos infectaríamos, que el Covid era una enfermedad más, que podíamos resistir. Muchísimos salieron a buscarse la vida en las calles, poblaron los talleres, las fábricas, las tiendas, las minas, tomaron el primer avión o bus para regresar a donde estar a salvo. Terminó la cuarentena otorgando al círculo de empresas y chiringuitos oligarcas 60, 000 millones de soles para que se “reactiven”.

Esa es la política saltimbanqui de un régimen que hace aguas, temeroso, cuya mayor intención es seguir siendo gobierno, cuyo mayor miedo es perder el poder. Si para mantenerse debe obedecer los dictados de los mandones y ricos, devaluar los derechos, desarmar los triunfos sociales, descalabrar la naturaleza o la vida, “abrir la economía” lo hace y punto. Si para los reflectores aparece bien hacer el paripé de preocuparse por los ciudadanos, lo hace y punto.

El resultado de esta indefinición es la parálisis de la economía y la multiplicación abrumadora de los contagiados y los muertos por Covid, los familiares enfermos, las miles de despedidas para siempre en la puerta de emergencia de los hospitales, los velorios solo con la foto triste del que partió. Como casi siempre en la historia del Perú, en las crisis y epidemias se salvan y enriquecen los mismos acaudalados y poderosos, y a la gente normal solo nos queda la colecta para comprar balones y plantas de oxígeno, la solidaridad de los comedores populares, el cariño de las ollas comunes, la ternura de nuestras familias y nuestros pueblos.


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Pável H. Valer Bellota

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