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foto: semana económica

¿Quién mató al presidente?

Publicado: 2019-04-23


Cuentan que Alan García, dos veces presidente del Perú, hacía buen tiempo que ya casi no leía periódicos. Sus fuentes de información eran las reuniones con su asesor legal y algún que otro amigo. Cuando un político de ese calibre cae en desgracia, la soledad es su cárcel y todo le parece una pampa penitenciaria. El encanto del poder que tuvo se convierte en la crítica afilada de los diarios, la radio y la televisión, y en el juicio multitudinario sobre los males –ciertos o no– que promovió. Y así, mejor no ver. 

Con sus casi 70 años era un antiguo señorito del poder, acostumbrado a sus alturas y al trato fino de palacio. Desde que debutó en el Congreso Constituyente de 1979 su figura era paisaje de la política peruana. En los 80s rescató al partido aprista del agujero que dejó la muerte de Haya de la Torre. Utilizando un verbo joven y caudaloso convenció a los votantes de que el APRA estaba de moda y fue elegido a la presidencia de la república en 1985.

Su gobierno fue un desastre. Inflación de millones por ciento, escasez, hambre, guerra interna, violaciones de derechos humanos. Mis amigos y yo, niños, haciendo fila toda la mañana para comprar medio kilo de azúcar con que endulzar el té con pan de ese duro invierno de la patria. Nuestros traumas con las imágenes de los presos muertos en los penales. Las primeras acusaciones de enriquecimiento ilícito y de pago de coimas al presidente: la compra de los aviones Mirage, las obras del tren eléctrico de Lima, la entrega de dólares subvaluados a sus colaboradores.

Los descalabros de su primer gobierno facilitaron la llegada de Fujimori al poder, la destrucción de las instituciones públicas, la mentira y la corrupción cruda como forma de hacer política. En 1992 Alan García se asiló en Colombia y después en un departamento propio en un exclusivo barrio en París, inició así sus escapadas de la justicia.

Regresó al Perú en 2001 cuando sus delitos ya habían prescrito y. a pesar de todo, en 2006 fue reelegido presidente. Su segundo gobierno siguió el modelo económico trazado por sus antecesores. Ayudado por la demanda internacional, dio enormes facilidades a los inversionistas transnacionales para la explotación de recursos. Hubo un significativo crecimiento, pero sin desarrollo sostenible. Ensayó la calificación de “perro del hortelano” o “ciudadano de segunda categoría” a quien se oponía a su política neoliberal. La masacre de Bagua (32 muertos) es una muestra sombría de ese periodo.

Pudo haber evitado su noche definitiva si rompía con la manera política de Fujimori: la corrupción neoliberal. Pero no, durante su segundo gobierno siguió el piloto automático y le acusaron por adjudicar obras (Metro de Lima, la Interoceánica), la repartición de lotes petroleros (Discover Petroleum) y por indultar a narcotraficantes, mediante actos ilícitos. Y a sus colaboradores más cercanos de haber recibido de Odebrecht 24 millones dólares en pago por sus favores. Al finalizar su segundo mandato recomenzó su huida.

Con cada vez menos lugares a donde ir, con los fiscales y jueces respirándole en la nuca, sus propios fantasmas, los negocios bajo la mesa, los escándalos de corrupción, las asociaciones público privadas tramposas le dispararon a Alan García una bala mortal en la cabeza la madrugada del miércoles santo de 2019.


Escrito por

Pável H. Valer Bellota

Un pasajero en tu camino.


Publicado en

Así había sido...

Pensamientos, reflexiones, llamamientos y súplicas de un pasajero en tu camino